Biblioteca Popular José A. Guisasola

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Hubo una época en la que la bruja Zelmira, célebre fabricante de talismanes y fórmulas para pedir deseos, se entretenía investigando sobre El Tiempo. No cualquier tiempo, sino El Tiempo, así de mayúsculo. Desde pequeña solía hacerse preguntas sobre el tema y aunque muchas veces no había encontrado respuestas, Zelmira insistía en seguir buscando. Por eso, entre otros intentos, todos los martes asistía al curso que daba la Facultad de Ciencias sobre la historia de “Todos los días del Tiempo”. Entre los temas del programa figuraban cosas que a Zelmira la atraían muchísimo… ¿Qué era el tiempo? ¿Cómo podía ser medido en un aparatito tan pequeño como un reloj? ¿Cómo habría sido el mundo sin relojes? ¿Y los días de ese tiempo? Tan variados, tan distintos entre sí. ¿Por qué algunos pasaban tan rapidito y otros se parecían a esos sueños pesados que no terminaban de soñarse nunca? No, no era un tema sencillo. Y no era cuestión de ponerse a pensar uno solo en tantas cosas a la vez, nada bueno saldría de esa maraña de preguntas sin ninguna guía. Solo un nudo marinero. Una ristra. O una rasta. Era necesario tener un maestro.

Un día, avanzado el curso, mientras se repartían los trabajos prácticos, su profe le preguntó:

—A ver, Zelmira, ¿qué quisieras empezar a practicar?

—La verdad —dijo Zelmira— es que hay algo que me tiene más intrigada que cualquier otra cosa.

—¿Qué?

—Maestro, ¿por qué hay días tan distintos? UNOS son suaves y tranquilos y OTROS son una verdadera calamidad. ¿Por qué? ¿A todos les pasa eso?

—¿De tener UNOS y OTROS?

—Sí.

—¿Y por qué no lo investigás?

—¿Para el trabajo práctico?

—¡Ajá!

Entonces, Zelmira retiró las planillas para las observaciones y decidió empezar con sus vecinos. Mientras los observara también podría ayudarlos, ese era el trato. Y la empezaron a visitar unos cuantos. Fueron llegando a su casa algunos que tenían UNOS días y era una lucha hacerlos hablar. Parecían empacados. Ella hervía romero, tomillo y pasionaria en su olla de barro. Y se los hacía beber hasta que abrían y cerraban la boca. Al principio se les escapaban algunas palabrotas... ¡pero algo empezaban a decir! Del malhumor pasaban a la risa. Y del mutismo a la conversación entretenida. Más de una vez UNOS días se convertía en OTROS para alguien. Y Zelmira, satisfecha, anotaba en su planilla todo lo que iba pasando.

Y también iban a verla los que tenían OTROS días, que parecían andar con la carcajada puesta, y le suplicaban a Zelmira que hiciera algo para que todos los días de su vida fueran así de felices. Un imposible. En esos casos Zelmira ponía en la olla azahares, jazmines del cabo y mucha miel para que se empalagaran y, con los labios pegados, se callaran satisfechos. Y el OTRO día se suavizaba hasta tornarse UNO. Y Zelmira sacaba otra planilla y anotaba el fenómeno.

Planillas y planillas escribió Zelmira, todas con un detallado registro de LOS DÍAS DEL TIEMPO. Ahora, en el mismo momento que vos, su profe, las tienes entre sus manos y puedes leer, bajo el título de Conclusiones provisorias, estas líneas de la última página:

Siempre existieron días: UNOS días y también OTROS días. Pero se les podría sumar la posibilidad de un tercer elemento: el de un día nomás. Un tiempo sencillo, tranquilo, sin sobresaltos. Un día desapercibido, como escapado del tiempo. Y es curioso que de él no se hayan ocupado los grandes expertos en la materia, ni descripto en los libros de magia, y menos aún… en el de ninguna ciencia.


FIN


Texto © 2010 Graciela Vega. Imagen © 2010 Dolores Pardo


Visto y leído en:
Blog: La fábrica de cuentos
http://lafabricadecuentos.blogspot.com/2012/03/cuento-el-tiempo-de-zelmira.html
https://fdocuments.ec/document/cuento-el-tiempo-de-zelmira-g-vega.html


Un día nomás
Graciela Vega – Inés Hüni



Siempre existieron días.

ESOS días…

y también, OTROS días.




En esos días las personas caminan
y tropiezan a cada rato, besan sin ganas,

siempre tienen frío, se saludan
de lejos y no tienen qué decir.




Ni al perro le contestan cuando les ladra
porque nadie habla con los animales en ESOS días.

La voz se vuelve una rama atascada en la garganta.




En los OTROS días, en cambio, suelen suceder cosas
que la gente llama

maravillosas, inquietantes, inesperadas.




Entonces el sol entibia,
la lluvia moja
y lo que es mejor,
la gente se entera.




Y también muchos son capaces de decir:

—¡Tengo ganas!

—¡Dale, vamos!




La suma de ESOS días con

los OTROS días, da:


Todos Los Días Del Tiempo.




El problema es que nadie sabe
si un día cualquiera
va a amanecer ESE o
va a amanecer OTRO.




Es más, resulta que para la gente no siempre

coinciden los mismos días. Ahí es cuando se escucha:
—¡Hoy tengo un día!

Y uno se pregunta:


—¿Será un día ESE o un día OTRO?




Y tan complicado es el asunto
que hay muchos especialistas
investigando sobre el tema
desde que nacieron

los días en el mundo.




Yo conozco a Zelmira,
la hechicera que se
hizo famosa
fabricando talismanes y fórmulas
para pedir deseos. Ella ahora
está entusiasmada estudiando el
Tiempo, y se especializa en
TODOS LOS DÍAS.

Experimenta con sus
vecinos y de paso, los ayuda.




Muchas veces llegan a su
casa los que tienen
ESOS días y es difícil
hacerlos hablar.
Entonces Zelmira hierve
romero, tomillo y pasionaria
en su olla de barro y se los
da a beber hasta que ellos
largan las primeras
palabras.




Otras veces llega alguien
que anda en un día OTRO
y desea que Zelmira se lo alargue
para el resto de su vida
y sentir siempre ganas de sonreir,
de comer caramelos de leche,
y en la cancha gritar
solo goles.




En esas ocasiones
Zelmira pone en la olla
azahares, jazmines del
cabo y mucha miel para
que disfrute satisfecho.
Así el OTRO día se
suaviza hasta tomarse
UN día. Y ella registra
todos los datos en su
libreta.



Cuadernos y cuadernos escribió con un
detallado registro de
LOS DÍAS DEL TIEMPO.

Yo tengo uno en mis manos.
“Conclusiones provisorias” se llama.




En la última página leo estas líneas:


“Siempre existieron días:

ESOS días

y también OTROS días.

A los que se les podría
sumar la posibilidad
de un tercer día:

UN día nomás,




que aún no fue estudiado por la hechicería,

ni por ninguna ciencia”.



FIN


Visto y leído en:
HÜNI LA ILUSTRATERA
https://issuu.com/ineshuni0/docs/zelmira_color_contex_2016_low
Blog: ImaginArte
http://ineshuni.blogspot.com/2012/03/algo-de-lo-ultimo.html





Zelmira bajó el viejo changuito del soporte de donde colgaba. Corrió el canasto con leña para darle paso, abrió todo lo que pudo la puerta del lavadero y lo hizo andar sobre sus dos ruedas hasta la calle.

Cada vez que empezaba el día, Zelmira se metía tanto en el trabajo que el mundo apenas la rozaba. Por eso más de una vez tenía que descansar en alguna plaza, o al borde de la vereda. Según el peso que llevara. De chica había aprendido de su abuela a juntar besos. Ahora la abuela no estaba y la nieta había quedado a cargo, sólo ella sabía dónde llevarlos al final de cada jornada.


Zelmira tomaba los besos justo en el momento en que se posaban en las mejillas de la gente, levantaba su mano en el aire, la movía para saludar y ahí se le pegaban. Como a un imán. Y los ponía en el changuito.

Otras veces sucedía que pasaba un besado y ella lo saludaba de la misma manera, con la mano en alto. Y los atrapaba. Aunque no presenciara el momento del beso, ella le veía las huellas. Un besado era un marcado y Zelmira no lo desaprovechaba jamás.

Había días en que el changuito se llenaba y otros en que iba liviano.

Con poco o con mucho, Zelmira iba a ver al Fermín que vivía a unos kilómetros del pueblo en una pequeña chacra que había heredado del abuelo.

Además de las tareas de la huerta y los animales, él tenía un laboratorio lleno de botellitas y frascos pequeños. Y bidones con agua de diferente procedencia: agua de lago, de mar, de arroyo, de río marrón, de río verde... y atrapada en sus más variadas formas: de vertiente, de ola, de catarata. Coleccionada con paciencia por el abuelo.

Cuando Zelmira llegaba, vaciaba el chango sobre la mesa con cuidado. A veces los besos se le pegaban en las manos y ella se tomaba tiempo para quitárselos sin que se desarmaran.
Hacía una montañita frágil. Y el Fermín no le quitaba los ojos de encima porque le daba gusto verla.

Después se acercaba y tomaba beso por beso, casi sin respirar, para que no se volaran, los mezclaba con agua y los tapaba. "Esencia de besos" escribía en la etiqueta. Su abuelo le había enseñado cómo hacerla y también cómo distribuirla. Zelmira se volvía a su casa y él corría hasta la estación y despachaba una caja de frascos para los amigos de la ciudad. Allí los hacían circular. Mucha gente usaba el perfume para calmar la soledad y el frío. Un buen beso concentrado abrigaba como una bufanda.

Pero sucedió que un día en el pueblo los besos comenzaron a escasear porque la gente no andaba tan besuquera como antes. Habían comprado muchos relojes al vendedor ambulante y de pronto el tiempo tan a la vista los hacía marchar como agujas. Apurados, tenían menos tiempo para besar.

Por eso, un atardecer Zelmira llegó a la chacra con el chango vacío y se largó a llorar cuando lo vio al Fermín. Lloró mucho tragando aire con susto. Él se quedó como un árbol a su lado sin entender qué le pasaba. Ella dio vuelta el chango en la mesa y nada, ni un besito salió. El Fermín se encogió de hombros, se rascó la cabeza, y no supo qué decir. Miró a Zelmira que no paraba de llorar, y entonces la abrazó. Le besó la frente, los ojos húmedos. Se detuvo para mirarla, le beso las mejillas y con un suspiro entrecortado... le besó los labios. Ella, después de la sorpresa, también lo besó. Uno al otro se cubrieron de besos que no se molestaban en atrapar, flotaban. Hasta que toda la casa quedó llena.

Dicen que continuaron fabricando la esencia, que ahora era de besos propios. A la etiqueta le agregaron un detalle, ahora decía:

“Esencia de besos - Producto casero”.


FIN



(“Los besos de Zelmira”. Autor: Graciela Vega.
Ilustraciones: Silvana Benaghi. Editorial Huerta de Lectores)

El blog de Zelmira



Visto y leído en:
Graciela Vega - Página Oficial de Facebook
https://www.facebook.com/notes/graciela-vega-página-oficial/los-besos-de-zelmira/298024083645262/
Monarca Radio (YouTube) - Video: Los besos de Zelmira
https://www.youtube.com/watch?v=phoY9lzF2uk
Blog: Bibliopeque itinerante
http://bibliopequeitinerante.blogspot.com/2013/09/cuento-los-besos-de-zelmira-de-graciela.html

Graciela Vega
Besos caseros
Ilustrado por Cecilia Afonso Esteves
Biblioteca Imaginaria





Tengo una abuela astronauta. Muchos años trabajó en la NASA y se acaba de jubilar. Dice que quiere estudiar para chef porque antes, con todo lo que viajaba, nunca tenía tiempo para hacerse ni un huevo frito.

Ahora que yo estoy más grande, le entiendo mejor cuando cuenta sus historias planetarias. La verdad es que en casa no la escuchan, creo que piensan que miente un poco. Además, a nadie en mi familia le importa si sale el arco iris en Saturno, o si nace o muere una estrella.

A mí me encanta escucharla y yo también quiero ser astronauta. Por eso estoy contento de que esté más tiempo cerca y le insisto para que venga a visitarme. A veces viene pero se va enseguida. Casi siempre se enoja con mi mamá y le dice que se va a ir a Marte en cualquier momento. Siempre le escucho decir que tiene ganas de volar.

Creo que se está fabricando un cohete espacial en el fondo de su casa. Eso me lo contó cuando le pregunté cómo era que se iba a ir Marte si ya no trabaja más para la NASA. Que guarde el secreto, dijo mi abuela y a lo mejor, ahora que estoy crecido –como dicen– la puedo ayudar así de paso aprendo algo de astronáutica.

Esta tarde cuando salga de la escuela me pego una corrida y le digo que no perdamos más tiempo. Quiero saber si ese cohete va a funcionar.

Son como las dos de la tarde y allá viene mi abuela de su curso de cocina y con una torta en la mano. Aprende rápido, mi abuela. Yo la apuro con el asunto del cohete y le pido verlo. Ella me contesta:

—Por ahora tiene forma de otra cosa.

—Abu, no me estarás mintiendo, ¿no?—. Y la miro a los ojos.

—Vení a verla —me dice.

—¡Eso es una hamaca!

—Por ahora sí, te lo dije —aclara la abuela.

—No entiendo, abu, ¿qué tiene que ver esta hamaca?

Tengo que ser paciente si quiero ser astronauta. Y me pide que suba a la hamaca y yo no quiero porque me estoy poniendo grande.

—Hamacarse es cosa de nenitos —le digo y ella insiste. Me niego varias veces. Hasta que se sube ella y me explica cómo sentarme: tirando el peso del cuerpo hacia atrás y levantado las piernas para el cielo. Ahora me dice que suba y bueno… le hago caso esta vez.

—¡Que nave ni ocho cuartos, abu!—. Y mi abuela me empuja. La hamaca se balancea. Que cierre los ojos, me pide. Y yo voy y vengo en el aire. Y después voy más arriba y el vaivén de la hamaca me da viento en la panza.

¡Uauh! No abro los ojos y comienzo a volar. Todo mi cuerpo se cubre de sensaciones nuevas, detrás de los ojos cerrados, bien adentro, se forma un arco iris. Se me había olvidado cómo era. ¡Estoy volando! Cuando bajo le doy un abrazo a mi abuela. Y vamos a comer la torta.

—Pero abu —le digo—, mirá que vas a tener que contratar a un ingeniero si querés darle forma de nave.

—Y sí —dice—, es cierto. Ya tenemos una buena parte. Con las ganas de volar se empieza.

La hamaca se balancea a nuestras espaldas, el sol le pega en las cadenas y, lentamente, se cubre de una luz de metal. Como una nave gira sobre sí misma. ¡Está por despegar!


FIN



Texto © 2009 Graciela Vega. Imagen © 2009 Melóm.


Visto y leído en:
Biblioteca Imaginaria
http://www.imaginaria.com.ar/b/pdf/vegaganasdevolar.pdf
Blog: La página de Vicky
http://lapaginadevickylinda.blogspot.com/2009/11/ganas-de-volar.html
Blog: Bibliopeque itinerante
http://bibliopequeitinerante.blogspot.com/2013/09/cuento-ganas-de-volar-de-graciela-vega.html


“La lectura abre las puertas del mundo que te atreves a imaginar"

"Argentina crece leyendo"


Créditos: Garabatos sin © (Adaptación de Plantillas Blogger) Ilustraciones: ©Alex DG ©Sofía Escamilla Sevilla©Ada Alkar

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